POSTCARDS FROM PARAGUAY
¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?
En cuanto los dulces paraguayos se ponen ruedas debajo de sus colas, se transforman en asesinos despiadados. Ya sea el hortera en su todoterreno, el chófer en su colectivo o el motorista en su dos ruedas, aparece una bala humana.
Los peatones se cazan fuera de la ley. Los pasos de cebra están, en los mejores casos, para alegrar la escena callejera. Cada día nos lanzamos Jagua (mi perro) y yo en piruetas atrevidas a cruzar las calles Oliva, Estrella, Palma y, especialmente, el Paraguayo Independiente (de dos sentidos!). Olvídate del parque de atracciones. ¡Zambúllete sin costo en el tráfico de la capital! Muy a menudo veo turistas cerca del Palacio, la mayoría viejitos alemanes, temblando como un flan y con hiperventilación como si hubiesen cruzado el río Styx. Atravesar las calles de Asunción es participar en un juego de la ruleta rusa. El viernes a la noche suelto un gemido de alivio por el fin de semana en un microcentro libre de kamikazes.
Los kamikazes no solo tienen como blanco los peatones desamparados. Este fenómeno japonés implica también la muerte del piloto. El 2007 fue un año récord con 1.258 muertes en el que parecía que Paraguay (o Argentina) iba a entrar en el libro de los Guinness por el mayor número de víctimas de tráfico. En los informes ministeriales, las razones se enumeran de una muy limpia y clínica manera: sin cuidado, ignorancia, falta a las normas, malas carreteras y coches, sin permiso de conducir, sin cinturón de seguridad. Solo podría pasar en Paraguay que la mujer del Presidente con su auto blindado y circulando con escolta sufra un accidente.
Pero bueno, sigamos.
Los colectivos pasan los semáforos en rojo a 100 km por hora, mientras el conductor bebe tereré, habla con su mujer por el celular, reparte el boleto y cuenta el cambio.
Una vez estaba sentado con mi novia en el 21, camino al Club Deportivo Sajonia. Pensaba que Ayrton Senna se había muerto en un accidente, pero parece que ahora se reencarnó en un conductor de colectivo en Asunción. Las puertas del cielo (o del infierno) estaban bien abiertas. Era cuestión de segundos. Las abuelas se santiguaban; todo el mundo estaba pálido. Misteriosamente nadie se quejaba, como si estuviesen llevándolos al matadero. Excepto mi novia española: “¡Señor, queremos vivir!”, gritó. Justo antes de casi chocar con el McDonald Drive In en Colón. La miró como si estuviese viendo agua quemada. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?
La verdadera razón de esta abominable actitud conductora es el desprecio a la vida. El Señor de la Muerte es un invitado familiar y un compañero ineluctable. Cada día se ríen en nuestra cara, en la televisión, en los diarios. La prensa amarilla nos ofrece cursos gratis de anatomía, con cuerpos mutilados, eso sí, guardando caras preferentemente reconocibles para los parientes. Seguí una vez al reportero de crimen de ABC. Una joven madre había sido asesinada en el bosque frente al aeropuerto. Se fue a sacar dinero pasando un atajo de algunos minutos. Unos vecinos que estaban fumando porros y bebiendo vino la vieron pasar, y así sin más, la violaron y la estrangularon. No se molestaron ni en esconder el cuerpo como es debido. Unas horas más tarde, la víctima estaba ya amortajada, y su familia llorando alrededor del ataúd. Las cámaras por todos lados, no había privacidad para la muerta ni para los plañideros. Esto no sucede en el lugar de donde vengo yo.
Muchas veces yo les preguntaba a amigos y conocidos el origen de este desprecio por la muerte, o este tonteo con la muerte. Nadie sabe. Mientras tanto el Sr. Muerte acecha cada esquina, 365 días al año. Es siempre el Día de Todos los Santos acá. Los cementerios son pueblos coloridos con sus pequeñas casas y calles, en el que solo faltan chiperías. Viva La Muerte.
En mi diario de la mañana leo en la página frontal: “La población paraguaya es la más hipertensa de Sudamérica. En el número de casos fatales que se registran por día en Paraguay a consecuencia de enfermedades cardiacas o cerebrovasculares. Esto significa aproximadamente unas 5.200 muertes al año. Representa la primera causa de mortalidad”. Así que finalmente el tráfico no es tan malo. Aparte de eso, también puedes morir de exóticas enfermedades de las que nunca hemos oído hablar en Europa. ¿Existen personas que simplemente se mueren en la cama por causas naturales? Tranquilo, pongo el diario de lado, tomo un sorbo de mi espresso y enciendo otro cigarro. Para vivir y morir en Paraguay.
(*) Arthur van Amerongen es periodista y escritor holandés. Fue elegido mejor periodista del año 2006 en su país. (**) Richard Lavieille, fotógrafo francés y ciudadano del mundo. Ambos residen actualmente en Asunción.
2 comentarios:
“¡Señor, queremos vivir!”
GENIAAAAAAAAAAAAAL!!!! Y es cierto, los paraguayos no se quejan nunca por nada (nunca ante quien corresponde, siempre se "plaguean" por lo bajo...)
Buena crónica!
Exelente!! me encantó el comentario! espero por más! jaja
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