domingo, 8 de junio de 2008

DÓNDE ESTÁ, OH MUERTE!, TU AGUIJÓN?

POSTCARDS FROM PARAGUAY



¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón?


En cuanto los dulces paraguayos se ponen ruedas debajo de sus colas, se transforman en asesinos despiadados. Ya sea el hortera en su todoterreno, el chófer en su colectivo o el motorista en su dos ruedas, aparece una bala humana.
Los peatones se cazan fuera de la ley. Los pasos de cebra están, en los mejores casos, para alegrar la escena callejera. Cada día nos lanzamos Jagua (mi perro) y yo en piruetas atrevidas a cruzar las calles Oliva, Estrella, Palma y, especialmente, el Paraguayo Independiente (de dos sentidos!). Olvídate del parque de atracciones. ¡Zambúllete sin costo en el tráfico de la capital! Muy a menudo veo turistas cerca del Palacio, la mayoría viejitos alemanes, temblando como un flan y con hiperventilación como si hubiesen cruzado el río Styx. Atravesar las calles de Asunción es participar en un juego de la ruleta rusa. El viernes a la noche suelto un gemido de alivio por el fin de semana en un microcentro libre de kamikazes.

Los kamikazes no solo tienen como blanco los peatones desamparados. Este fenómeno japonés implica también la muerte del piloto. El 2007 fue un año récord con 1.258 muertes en el que parecía que Paraguay (o Argentina) iba a entrar en el libro de los Guinness por el mayor número de víctimas de tráfico. En los informes ministeriales, las razones se enumeran de una muy limpia y clínica manera: sin cuidado, ignorancia, falta a las normas, malas carreteras y coches, sin permiso de conducir, sin cinturón de seguridad. Solo podría pasar en Paraguay que la mujer del Presidente con su auto blindado y circulando con escolta sufra un accidente.

Pero bueno, sigamos.

Los colectivos pasan los semáforos en rojo a 100 km por hora, mientras el conductor bebe tereré, habla con su mujer por el celular, reparte el boleto y cuenta el cambio.

Una vez estaba sentado con mi novia en el 21, camino al Club Deportivo Sajonia. Pensaba que Ayrton Senna se había muerto en un accidente, pero parece que ahora se reencarnó en un conductor de colectivo en Asunción. Las puertas del cielo (o del infierno) estaban bien abiertas. Era cuestión de segundos. Las abuelas se santiguaban; todo el mundo estaba pálido. Misteriosamente nadie se quejaba, como si estuviesen llevándolos al matadero. Excepto mi novia española: “¡Señor, queremos vivir!”, gritó. Justo antes de casi chocar con el McDonald Drive In en Colón. La miró como si estuviese viendo agua quemada. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

La verdadera razón de esta abominable actitud conductora es el desprecio a la vida. El Señor de la Muerte es un invitado familiar y un compañero ineluctable. Cada día se ríen en nuestra cara, en la televisión, en los diarios. La prensa amarilla nos ofrece cursos gratis de anatomía, con cuerpos mutilados, eso sí, guardando caras preferentemente reconocibles para los parientes. Seguí una vez al reportero de crimen de ABC. Una joven madre había sido asesinada en el bosque frente al aeropuerto. Se fue a sacar dinero pasando un atajo de algunos minutos. Unos vecinos que estaban fumando porros y bebiendo vino la vieron pasar, y así sin más, la violaron y la estrangularon. No se molestaron ni en esconder el cuerpo como es debido. Unas horas más tarde, la víctima estaba ya amortajada, y su familia llorando alrededor del ataúd. Las cámaras por todos lados, no había privacidad para la muerta ni para los plañideros. Esto no sucede en el lugar de donde vengo yo.

Muchas veces yo les preguntaba a amigos y conocidos el origen de este desprecio por la muerte, o este tonteo con la muerte. Nadie sabe. Mientras tanto el Sr. Muerte acecha cada esquina, 365 días al año. Es siempre el Día de Todos los Santos acá. Los cementerios son pueblos coloridos con sus pequeñas casas y calles, en el que solo faltan chiperías. Viva La Muerte.

En mi diario de la mañana leo en la página frontal: “La población paraguaya es la más hipertensa de Sudamérica. En el número de casos fatales que se registran por día en Paraguay a consecuencia de enfermedades cardiacas o cerebrovasculares. Esto significa aproximadamente unas 5.200 muertes al año. Representa la primera causa de mortalidad”. Así que finalmente el tráfico no es tan malo. Aparte de eso, también puedes morir de exóticas enfermedades de las que nunca hemos oído hablar en Europa. ¿Existen personas que simplemente se mueren en la cama por causas naturales? Tranquilo, pongo el diario de lado, tomo un sorbo de mi espresso y enciendo otro cigarro. Para vivir y morir en Paraguay.



(*) Arthur van Amerongen es periodista y escritor holandés. Fue elegido mejor periodista del año 2006 en su país. (**) Richard Lavieille, fotógrafo francés y ciudadano del mundo. Ambos residen actualmente en Asunción.

CHANCHOS SIN FRONTERAS


POSTCARDS FROM PARAGUAY


Chanchos sin fronteras


Para muchos europeos, Paraguay solo existe en canciones y películas de la clase B. La secuencia de apertura de los Niños de Brasil fue filmada en un ridículo escenario que pretendía ser Asunción en ocasión de una reunión de las SS. Hubiera sido más creíble para Indiana Jones en Busca del Arca Perdida.
Volendam, un pueblo de pescadores en Holanda, mi país natal, es mundialmente famoso, no solo por su anguila ahumada, pero sobre todo por el grupo “George Baker Selection”. En los setenta, esta banda tuvo grandes éxitos como “Fly away little Paraguayo” y “Una paloma blanca”, con los cuales yo aprendí mis primeras palabras en español. Cincuenta anos atrás, Luis Alberto del Paraná y los Paraguayos se hicieron también famosos en mi país. Sus grabaciones eran producidas por Phonogram, una hija de la compañía holandesa Philips. Luis puso a Paraguay en el mapa, pero nadie sabía dónde estaba ubicado. Aunque poco después de la Segunda Guerra Mundial algunos malandros europeos lo encontraron. Mark Knopfler, ex-Dire Straits, compuso Postcards from Paraguay, una soporífera balada acerca de un criminal inglés que se refugia en Paraguay después de cometer un asesinato al robar un banco: So many reasons why I won’t be sending postcards from Paraguay.Pero bueno. Parece que Paraguay no es un país imaginario. Existe realmente porque yo estoy viviendo acá. Siete meses atrás estaba sentado en la vereda del Lido viendo por primera vez el izamiento de la bandera. Me imaginé en un cartoon de Tintin o en una opereta de Franz Lehar. La misma sensación tuve cuando vi el palacio presidencial por primera vez. Parece haberse escapado de una postal.
La fachada da al río, pero los invitados oficiales se cuelan por la parte trasera en la calle del Paraguayo Independiente. El césped presidencial tiene la pisada prohibida, porque hay posibilidades de que el helicóptero presidencial aterrice. En 7 meses no he tenido la suerte de verlo. A mi perro Jagua –admito que su nombre es muy original, y también el de Gata, mi gata– le encanta juguetear en el jardín prohibido. Cada mañana, antes del amanecer, Jagua y yo caminamos hacia el palacio que empieza a emerger de la niebla. Jagua se emociona cuando llamo el ascensor desde el noveno piso de mi edificio en la calle Oliva. Siempre hace pipí y popó en la vereda del templo masón ubicado frente a mi departamento (no es nada personal). Después nos dirigimos a la panadería de Michael Bock. No soy alemán pero a veces siento nostalgia y saudade cuando miro, babeando, los Mandelbrezel, Apfelkuchen y Schwarzwälder.

Pero bueno.

Los guardias del palacio no se cansan de prevenirme del peligro de la Chacarita, pintoresco vecindario. Es sorprendente.

Casi todas las noches me termino una botella de Brahma, o dos, en Los 4 hermanos, despensa que sobrevive con la venta de cerveza y caña. Me siento como en casa viendo a los vecinos que juegan al vólley en los descansos de sus rondas de cerveza.

Jagua ha hecho muchos amigos en la Chacarita. Le encanta hacer el tonto con los chanchos que husmean el pasto presidencial. Me pregunto si sabe que en realidad sus amigos rosados no son perros. Parece no importarle. Le podría haber llamado Kure. Jagua es luqueño y tiene algo con los chanchos. Le gusta morder sus colas y patas, especialmente los de la Fiambrería Alemana nº. 2 en la calle Montevideo. Nunca en mi vida he visto chanchos husmeando el jardín del Jefe de Gobierno. No en Tailandia, tampoco en Tajikistan, ni siquiera en Zimbabwe. Solo en Paraguay. No sé si la ciudad está en el bosque, o el bosque en la ciudad, escribió el poeta Eloy Fariña Núñez. Tampoco lo saben los chanchos. Chanchos sin fronteras.

Por Arthur van Amerongen

(*)(*) Arthur van Amerongen es periodista y escritor holandés. Fue elegido mejor periodista del año 2006 en su país. (**) Richard Lavieille, fotógrafo francés y ciudadano del mundo. Ambos residen actualmente en Asunción.