domingo, 8 de junio de 2008

CHANCHOS SIN FRONTERAS


POSTCARDS FROM PARAGUAY


Chanchos sin fronteras


Para muchos europeos, Paraguay solo existe en canciones y películas de la clase B. La secuencia de apertura de los Niños de Brasil fue filmada en un ridículo escenario que pretendía ser Asunción en ocasión de una reunión de las SS. Hubiera sido más creíble para Indiana Jones en Busca del Arca Perdida.
Volendam, un pueblo de pescadores en Holanda, mi país natal, es mundialmente famoso, no solo por su anguila ahumada, pero sobre todo por el grupo “George Baker Selection”. En los setenta, esta banda tuvo grandes éxitos como “Fly away little Paraguayo” y “Una paloma blanca”, con los cuales yo aprendí mis primeras palabras en español. Cincuenta anos atrás, Luis Alberto del Paraná y los Paraguayos se hicieron también famosos en mi país. Sus grabaciones eran producidas por Phonogram, una hija de la compañía holandesa Philips. Luis puso a Paraguay en el mapa, pero nadie sabía dónde estaba ubicado. Aunque poco después de la Segunda Guerra Mundial algunos malandros europeos lo encontraron. Mark Knopfler, ex-Dire Straits, compuso Postcards from Paraguay, una soporífera balada acerca de un criminal inglés que se refugia en Paraguay después de cometer un asesinato al robar un banco: So many reasons why I won’t be sending postcards from Paraguay.Pero bueno. Parece que Paraguay no es un país imaginario. Existe realmente porque yo estoy viviendo acá. Siete meses atrás estaba sentado en la vereda del Lido viendo por primera vez el izamiento de la bandera. Me imaginé en un cartoon de Tintin o en una opereta de Franz Lehar. La misma sensación tuve cuando vi el palacio presidencial por primera vez. Parece haberse escapado de una postal.
La fachada da al río, pero los invitados oficiales se cuelan por la parte trasera en la calle del Paraguayo Independiente. El césped presidencial tiene la pisada prohibida, porque hay posibilidades de que el helicóptero presidencial aterrice. En 7 meses no he tenido la suerte de verlo. A mi perro Jagua –admito que su nombre es muy original, y también el de Gata, mi gata– le encanta juguetear en el jardín prohibido. Cada mañana, antes del amanecer, Jagua y yo caminamos hacia el palacio que empieza a emerger de la niebla. Jagua se emociona cuando llamo el ascensor desde el noveno piso de mi edificio en la calle Oliva. Siempre hace pipí y popó en la vereda del templo masón ubicado frente a mi departamento (no es nada personal). Después nos dirigimos a la panadería de Michael Bock. No soy alemán pero a veces siento nostalgia y saudade cuando miro, babeando, los Mandelbrezel, Apfelkuchen y Schwarzwälder.

Pero bueno.

Los guardias del palacio no se cansan de prevenirme del peligro de la Chacarita, pintoresco vecindario. Es sorprendente.

Casi todas las noches me termino una botella de Brahma, o dos, en Los 4 hermanos, despensa que sobrevive con la venta de cerveza y caña. Me siento como en casa viendo a los vecinos que juegan al vólley en los descansos de sus rondas de cerveza.

Jagua ha hecho muchos amigos en la Chacarita. Le encanta hacer el tonto con los chanchos que husmean el pasto presidencial. Me pregunto si sabe que en realidad sus amigos rosados no son perros. Parece no importarle. Le podría haber llamado Kure. Jagua es luqueño y tiene algo con los chanchos. Le gusta morder sus colas y patas, especialmente los de la Fiambrería Alemana nº. 2 en la calle Montevideo. Nunca en mi vida he visto chanchos husmeando el jardín del Jefe de Gobierno. No en Tailandia, tampoco en Tajikistan, ni siquiera en Zimbabwe. Solo en Paraguay. No sé si la ciudad está en el bosque, o el bosque en la ciudad, escribió el poeta Eloy Fariña Núñez. Tampoco lo saben los chanchos. Chanchos sin fronteras.

Por Arthur van Amerongen

(*)(*) Arthur van Amerongen es periodista y escritor holandés. Fue elegido mejor periodista del año 2006 en su país. (**) Richard Lavieille, fotógrafo francés y ciudadano del mundo. Ambos residen actualmente en Asunción.

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