Mi padre siempre me contaba los mismos chistes en las fiestas de cumpleaños. Uno de sus preferidos era el del elefante y el ratón caminando sobre un puente. El ratón le dice al elefante: “¡Qué divertido todo el ruido que hacemos cuando saltamos!”.
Vale, reconozco que es un chiste con barba ya crecidita, como le llamamos a las bromas viejas en Holanda, pero siempre funcionan cuando se usan como metáfora para, por ejemplo, la amistad entre el Sr. Chávez y el Sr. Morales.
Vale, reconozco que es un chiste con barba ya crecidita, como le llamamos a las bromas viejas en Holanda, pero siempre funcionan cuando se usan como metáfora para, por ejemplo, la amistad entre el Sr. Chávez y el Sr. Morales.
A la anécdota del ratón y el elefante le seguía siempre la del enigma de los dos hermanos; en ese momento mi madre y yo ya nos habíamos esfumado del cuarto de estar.
El viajero llega a una encrucijada y no sabe qué dirección tomar. Dos hermanos viven en esta encrucijada. Uno siempre miente, y el otro siempre dice la verdad. ¿Cómo sabes cuál es el buen camino? Paraguay me recuerda mucho a esta adivinanza.
El otro día mi novia le preguntó una dirección a un hombre del mostrador de un videoclub.
Tengo que aclarar que por regla general los hombres nunca preguntamos las calles; eso es tarea de mujeres. Gracias a Dios que no tenemos vehículo y nos ahorramos las pequeñas guerras de mapas en un tranquilo día de excursión al campo.
Pero bueno, sigamos.
El hombre del videoclub llevaba anteojos por lo que parecía estar capacitado para leer. Muy pensativo, se rascó la cabeza, miró al techo y respondió: Ni i-de-a.
La (gran) calle en cuestión estaba a no más de 50 metros.
Me di por vencido en el socorro a mi ubicación asuncena; mi novia guarda aún un atisbo de esperanza.
Si le preguntas al conductor del colectivo si pasa cerca de tal o tal calle, siempre te dirá que por supuesto. Le puedes preguntar por Xanadú, Patolandia o el Dorado y nunca te defraudará.
Cada pasajero y cada guaraní cuentan. Comprendo esto, también que no quieran decepcionar a su jefe, y que son estas las principales razones de que manejen como si fuesen Stevie Wonder. Parece que tampoco hace falta tener conocimiento de las calles; su vehículo lo usan como si fuesen por los túneles del metro.
Por cierto, no me extraña que se le pregunte por Patolandia siendo Asunción la única ciudad de Sudamérica con una calle llamada Walt Disney.
Poco a poco empiezo a estar convencido de que la mayoría de los paraguayos están en desafío con la orientación. La solución es fácil; solo salgo de casa pegado a un mapa callejero. Pero aun así el éxito no está garantizado puesto que la municipalidad no es muy generosa con los paneles callejeros.
Pero siempre encuentras algo peor.
Como cuando no conocen el camino y te dirigen completamente en sentido contrario.
Supongo que será un fenómeno antropológico.
En Egipto la gente nunca sabe una dirección (o no saben de nada), pero no quieren decepcionar al visitante, así que le envían al desierto.
En algunos países, entre ellos Paraguay, a la gente no le gusta decir que no.
En Líbano le pregunté a un vendedor ambulante por un paquete de cigarros. Se quedó mirándome durante minutos, amigable, sin mediar palabra, hasta que me di cuenta de que estaba moviendo su ceja derecha para indicarme que no tenía la marca que yo quería.
Decir que no está considerado maleducado y desconsiderado.
Un día el mundo desaparecerá bajo el yugo de la cortesía.
Mi mayor preocupación en este sufrimiento de lujo es que la policía de tráfico, sonrisa en boca e impecablemente vestida, ni tiene conocimiento callejero ni controla el tráfico.
Respecto al enigma de los dos hermanos, le haces a los dos la misma pregunta: ¿Qué contestaría tu hermano? Aun así me pregunto si esto funcionaría con dos hermanos paraguayos.